17 de octubre de 2007

1. Prelude

Cae la lluvia tras los cristales mojados, sin aplomo, cómo si al mundo se le hubiesen agotado las ganas de hacer llorar a las nubes, y sólo fueran las lágrimas por un dolor habituado las que ahora salpican contra el suelo. Dentro el calor es sofocante, y seco, porque alguien debió subir la temperatura de la calefacción y olvidarse de hacer el gesto contrario al alcanzar el estado ideal. De todos modos es más fácil acostumbrarse al fuego del infierno que a la brisa del paraíso, pese a lo que quede dicho por algunos católicos desconocedores de la verdadera condición humana. Por eso ahora, si bien estoy mirando la pantalla que marca la temperatura con rabiosa indignación, prefiero no levantarme del sofá a disminuirla. El cambio, aunque realizado de forma inteligentemente sutil, puede traer consecuencias desastrosas para el funcionamiento sistemático de mi organismo. Una gota de sudor, furtiva, resbala por mi frente hasta evaporarse en el infinito. ¿Una gota de sudor en noviembre? ¿Pero quién diablos dejó la calefacción de esa manera? Realmente sólo pude ser yo. Hace mucho tiempo que nadie pisa este lugar.

Y lugar sería un sustantivo demasiado incongruente con la realidad que representa, una palabra que intentando darle originalidad y misterio al relato sólo lo sitúa en el punto de mira de quien pretenda objetar algo en contra de esta forma de narrar, del sentido auto jerárquico de estas frases construidas por mí. Una jerarquía, por supuesto, que no va mucho más allá del mero propósito del principiante en artes literarias por ordenar sus frases para que reluzcan con la luz del ritmo y de la retórica más vana e insignificante. Esto no es un lugar inconcreto, nunca lo fue desde que mi mente lo concibe, es simplemente un lugar más, de los cientos, de los miles, de los millones que hay en esta ciudad. Y no es misterioso porque pertenece a la gran metrópoli, a la colmena de la sociedad, al hormiguero del humano. Gracias a la naturaleza la individualidad de conciencia forma un patrón propio para cada persona, únicamente característico del sujeto, aunque nos empeñemos en dinamitarlo con las modas. Sin embargo, los espacios y los objetos diseñados con un patrón específico y clonados hasta la saciedad, son, entre otras cosas lugares que no encierran misterios. Por eso lugar es una palabra demasiado incongruente. Y la incongruencia no tiene cabida entre estas cuatro paredes.

Las paredes derraman un zumo gris, churretoso, y las ventanas, que en su afán por propiciar algo de vida a aquella claustrofóbica habitación, están ocultas tras unas polvorientas y arrugadas cortinas, que en su tiempo resplandecieron con un blanco puro, cómo un manto de virgen, y ahora, violadas por el tiempo y el olvido, han pasado a la tercera y última generación de cortinas, justo anterior a desintegrarse.

El fatuo sol pasa día tras día lentamente por el cielo, pero se olvida de lanzar una mirada caritativa, aunque fuera sólo de soslayo, por las ventanas de mi habitación. No proporciona, entonces, mucha luz la situación del piso para que las cortinas tomen importancia cómo mobiliario útil, más bien, así como el arte, ese que vengo intentando hacer nacer entre estos folios, son inútiles. Tan inútiles como yo.

Vivo, si a esta manera de arrancar meses del calendario se le puede llamar vivir, en la habitación 1111 de una calle superpoblada, en un barrio superpoblado, que pertenece a una ciudad superpoblada. No importa cuál tenga por nombre alguno de estos lugares, (quizás el de algún escritor que lucha así contra el olvido inminente) pues dejaron de parecerme originales hace mucho tiempo. Además, ya me resultan todas las calles, los barrios y las ciudades iguales, y los individuos que transitan por ellas, (como queda dicho arriba tendrían que tener su propia individualidad de personalidad) son también tan iguales como las calles, los barrios y las ciudades. Incluso físicamente empiezan a parecerse, cómo si en realidad todos fueran hermanos, casi gemelos idénticos, de un mismo padre que hace las veces de demiurgo castrado, que se propone varonil pero que no sobrevive al tick tack intenso y rápido de la fría ciudad. Sin duda, Dios murió hace mucho tiempo.

Dijo Nietzsche que tras la muerte de dios, que él veía inminente y necesaria, surgiría el Superhombre. Pero estoy seguro que Nietzsche nunca aproximó este pensamiento de Superhombre al prototipo que el individuo hoy en día es. Tan extraño, tan frío, tan mezquino, tan cruel, tan mediocre, tan desinteresado, tan verdugo de las insuficiencias del otro, tan esclavo de las excelencias del uno, tan versátil, tan falto de originalidad, tan monótono, tan solo. El excremento humano post-moderno que camina como un cuerpo en busca de un alma (que me perdone Nietzsche por mezclar su teoría con el misticismo del espíritu) por esas calles frías, por esos barrios lúgubres, por esas ciudades oscuras, que se ilumina con los neones titilantes que invitan al vicio por el vicio, a la felicidad eterna que solo dura un rato, porque nunca llega a ser felicidad, si no un oasis en el desierto del arcén, todo por sólo una consumición más. Todo por una copa de placer. Todo, sin duda, un manipulador invento humano.

No dije, a pesar de todo, casi nada acerca de dónde vivo. Sólo algo intrascendental sobre las cortinas viejas, y la luz del sol que nunca penetra. Ahora, levanto la cabeza con sorna, a mirar a esas cortinas que parecen haber despertado inexplicablemente en mí la curiosidad. Y es que ellas no destacan demasiado dentro de este sitio, porque todo o está roto, o se está rompiendo, o va a romperse. El desorden es caótico, (retórica simple, digamos vagamente que desorden y caos simbolizan lo mismo, aunque sea mentira) hay platos sin fregar desde hace semanas, la cocina está ennegrecida (más de una vez ha salido ardiendo), tengo una televisión vuelta hacia la pared, (la televisión me deprime) el suelo está sucio, el polvo se acumula en los rincones y debajo de esté sofá incomodo (incluso encima), la cama esta desecha, las sabanas de un blanco olvidado se arrastran por el suelo, indecorosamente, como si hubieran desterrado de su función de abrigar. Todo esto lo ilumina una bombilla desnuda, en el techo, tenue, triste, con ganas de apagarse para siempre. Como yo.

Aquí sólo hay tres puertas, la primera lleva hacía la escalera del rellano (que nadie utiliza porque para bajar 17 pisos es preferible utilizar el ascensor), no es muy robusta, casi parece de cartón piedra, muchos vecinos han decidido cambiarla por alguna que les de más seguridad, pero yo me abrazo a la probabilidad estadística; pues en 4000 habitaciones cómo la mía, (hay algunas mas grandes para familias, por supuesto) sería demasiada casualidad (1 entre 4000) que alguien entrara a robar, y además, si esto llegase a acontecer, ¿Qué podrían robar? ¿Mi querido polvo de los rincones? ¿La mancha negra de la cocina? ¿La tele que nunca veo? La segunda puerta es la del cuarto baño que inevitablemente da a un retrete sucio y maloliente (es culpa de las cañerías, pues de vez en cuando un olor asqueroso se eleva en el ambiente), un cristal roto, que a duras penas devuelve los rostros de los pocos que allí se han mirado (yo dejé de hacerlo), un lavabo al que no le funciona el grifo del agua caliente, y una ducha, oxidada, sin cortinas para que el agua no salpique, que resbala peligrosamente, y que ha hecho que yo más de una vez caiga y me doble una pierna, o un brazo. Y por último, una tercera puerta, que da sólo a un armario lleno de trastos viejos y de ropa que no uso. Está última puerta siempre permanece cerrada.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Increíble. Textos como este, en los que se ve tu evolución me hacen ver un poco más en tus pensamientos, o al menos eso creo. Me gusta conocerte por lo que escribes.
Ojalá todo vaya bien.
Sigue leyendo, sigue escribiendo.
Un abrazo enorme.
Cristina M.

Tahuant dijo...

esta cojonudo tio, me arrepiento de no haberlo leido antes, en serio, de puta madre, sigue asi, pon mas capítulos yaaaaa

cudiate tio, mañana nos vemos

Zoe dijo...

Sinceramente, ¿necesito decirlo? Mejor no, ¿verdad? ¿Para qué decirte la misma monserga insufrible e insulsa?¿Para que hacerte ver lo poco original que soy al decirte que tienes un brillante futuro por delante, que me enorgullezco solo al pensar que es tuyo? Bah, ni tu me crees cuando te lo digo ni yo me siento satisfecha al decirlo, no hay suficientes palabras para expresarlo. Solo una cosa, no abandones. NADIE merece que abandones NADA de cualquier proyecto que hayas empezado. ¿De acuerdo?
Seeeh, ya voy, ya voy.


Te quiero mamón, ten cuidado al ducharte que el plato de tu ducha resbala y te podrias desnucar, y, ¿con quien iba yo a pasar los viernes? Piensa un poco en los demás, hombre...


I.

Anónimo dijo...

He leido lo quehas escrito..y me ha gustado bastante.. Me gustaria que leyeras mis poesias, si te da la gana..

Te dejo el URL

Adios